Salimos temprano hacia Quillabamba, es de paso obligado para ir a Quellouno, y tras 7 horas en un autobús horrible (las ventanas no se cerraban, los asientos tenían vida y olor propio…), bordeando acantilados, avistando unos paisajes increíblemente bellos anocheció mientras llegábamos.
Pernoctamos y salimos hacia Quellouno en un taxi compartido por 7 personas ( 3 delante y 4 detrás ). Alli nos esperaba otro couchsurfing que nos había aceptado como sus huéspedes. El perfil pintaba muy bien; una casa en la montaña con frutas silvestres, naturoterapia y una cultura por descubrir.
Llegamos conducidos por una señora que encontramos en la calle y que después resultaría ser la mamá de Carlos, pero no nos dijo nada hasta que su hijo no nos la presentó. Nos recibieron con maracuyá, nos acomodaron en una habitación con una camita y nos invitaron a la mesa a tomar la cena, todo esto con pocas palabras de por medio.
Ya durante la cena conversamos y conocimos mejor las inquietudes de cada uno. Carlos Hijo, nuestro couch, es un periodista que trabaja en el ayuntamiento de Quellouno y su padre Carlos es el artífice de todo lo que allí había, que a partir de aquí junto a su esposa Marcelina serian nuestros verdaderos anfitriones.
Entre largas conversaciones, frutas, nuevos conocimientos, paseos y una deliciosa comida pasamos 4 días inolvidables en el Fundo Paraiso. Siempre estarán en nuestro corazón.
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