Parque Tayrona

En el departamento del Magdalena, a 34 Km. de la bella ciudad de Santa Marta, está el Parque Nacional Tayrona, un santuario de naturaleza y de restos arqueológicos que invitan al encuentro con uno mismo. Ecosistemas como el de manglar, los corales, praderas de algas, matorrales espinosos y mágicos bosques secos, húmedos y nublados proliferan y albergan una sorprendente variedad de especies vegetales y animales que son testimonio de vida.

Salimos de Taganga temprano cuando el sol aun no castigaba demasiado pero al llegar a Santa Marta empezó a brillar más alto y un solo segundo expuesto a él te quemaba literalmente la piel. Intuíamos un día bastante caluroso y sudoroso.




Agarramos un bus que nos dejaría en la puerta de parque y luego una buseta que por 2 dólares más nos ahorraría una hora y media de caminata. Nos dejo en un lugar donde alquilaban caballos para llegar hasta Arrecife, la primera playa del parque, pero decidimos hacerlo caminando y disfrutar del entorno.

Nada más empezar a caminar, nos adentramos en medio de la selva siguiendo un sendero muy bien marcado. A los pocos minutos, de repente, escuchamos un rugido tremendo; Luis lo primero que pensó fue en un jaguar, pero en breve nos dimos cuenta que eran monos aulladores…que susto!!!




Continuamos caminando y sudando, el camino no era muy difícil pero el calor y la humedad hacían mella.



El lugar es precioso, vegetación, arboles enormes y muchas aves que intuíamos por los sonidos que hacían y nos acompañaban todo el camino.

Llegamos a Arrecife tras unos 50 min de marcha y decidimos hacer una parada a reponer fuerzas y líquidos.

Continuamos camino pero esta vez se iba intercalando selva con playa, que aunque la brisa aliviaba el calor, la arena dificultaba la marcha.







Por fin llegamos a Cabo Grande y conseguimos acampar por 15 dólares cada uno muy cerca de la playa. El esfuerzo del camino se vio recompensado con creces tanto por el lugar donde acampamos como por el camino recorrido.



Después de instalarnos fuimos a darnos un baño y paseamos hasta la playa nudista. No paramos de hacer fotos, allá donde mirabas era digno de fotografiar.

Antes de que el sol cayese volvimos a la carpa y nos cocinamos una suculenta cena. Pronto, por el cansancio y el ataque de mosquitos y diversos bichos nos metimos en la carpa refugiados por la mosquitera aunque con el calor se hacía difícil estar dentro.

Amanece un día soleado, me despierto y Escarlata no está. Salgo hacia la playa y la encuentro sentada enfrente del mar. Nos damos un baño juntitos y volvemos a desayunar.

Pasamos toda la mañana en la playa nudista bajo la sombra de los arboles que llegaban casi hasta la orilla. Lagartijas y cangrejos de colores exóticos salían nos saludarnos y un grupo de colombianos pudorosos se sentaron a nuestro lado sin ninguna intención de quitarse la ropa y de vez en cuando nos miraban y se reían escandalizados. Imaginamos que algo así sucedería en los 70 cuando las guiris empezaron a hacer topless en las playas españolas.





Volvimos a comer cerca de la carpa y salimos de regreso a eso de las 4 de la tarde. Caminamos con alegría haciendo paradas en las playas para refrescarnos.

Al llegar a la entrada del parque, un taxista se ofreció a llevarnos directos a Taganga por un precio más que razonable y aceptamos sin dudarlo.

Llegamos a Taganga cuando el sol estaba poniéndose, nos duchamos y nos alojamos en mismo hostel pero al no haber habitaciones nos ofrecieron dormir en una especie de cabañita caribeña sin paredes en lo alto del hostel. Dormimos toda la noche acompañados de una agradable brisa.

A la mañana siguiente después de comer partimos hacia Cartagena de Indias.



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